Un día, Walter B. Jehová se convirtió en solipsista practicante. En una semana su esposa se había fugado con otro hombre, había perdido su empleo de funcionario en una agencia de envíos y se había roto una pierna persiguiendo a un gato negro para evitar que se cruzara en su camino.
Convaleciente en una cama de hospital, decidió acabar con todo.
Miró a través de la ventana, fijó la vista en las estrellas, deseó que dejaran de existir y ya no estaban allí. Luego, deseó que todas las demás personas cesaran su existencia y el hospital se quedó extrañamente en silencio, demasiado incluso para un hospital. Después, deseó que el mundo desapareciera, y se encontró suspendido en un vacío. Se deshizo de su cuerpo casi con la misma facilidad y luego dio el paso final de desear que él mismo no existiera.
Nada sucedió.
-¡Qué extraño! -pensó- ¿Puede haber un limite para el solipsismo?
-Sí -dijo una voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó Walter B. Jehová.
-Yo soy quien creó el universo que tú acabas de hacer desaparecer con tu deseo. Y ahora has tomado mi lugar. -Suspiró profundamente- Al fin puedo abandonar mi propia existencia, encontrar el olvido y dejar que tomes el control.
-Pero, ¿cómo puedo yo dejar de existir? Es lo que estoy tratando de hacer, ¿sabes?
-Sí, ya lo sé -dijo la voz- Tienes que hacerlo de la misma manera que yo lo hice: Crea un universo. Espera a que alguien en él crea realmente lo que tú creíste y desee dejar de existir. Entonces te podrás retirar y dejar que él tome tu lugar. Adiós.
Y la voz desapareció.
Walter B. Jehová estaba solo en el vacío y únicamente había una cosa que podía hacer: Creó el cielo y la tierra.
Eso le llevó siete días.
The Solipsist, de Fredric Brown